Por Enrique Bachinelo
Oruro-Bolivia ciudad altiplánica enclaustrada
entre sus cerros y arenales, celebra el 10 de Febrero su grito de Libertad y, al
decir de los pergaminos de la época, los acontecimientos tuvieron ribetes
trágicos cuyo entorno fue el levantamiento campesino golpeando el dominio de los
chapetones de la época por las exacciones que sufrían por manos de los barbudos y brutales dominadores.
Sus pergaminos dicen que la ciudad fue fundada el 1 de noviembre de 1606, por el Oidor de la Real Audiencia de Charcas Manuel de Castro del Castillo y Padilla, como un centro minero de plata en la región de los Urus. Se le llamó "Villa de San Felipe de Austria" en honor al monarca español Felipe III. Fue la única villa española de la actual Bolivia, que fue diseñada por ingenieros, en forma de damero, respetando los nuevos sistemas urbanos europeos de aquella época (Siglo XVII) A tal efecto se mandó destruir los caseríos construidos a finales del Siglo XVI. Para el día de su fundación, Oruro ya contaba con 15.000 habitantes entre mineros españoles, criollos, negros e indígenas de las etnias "Uru", "quechua" y "aymara".
Está
corriendo el año de 1771, Tupac Amaru enarboló la táctica de establecer alianzas
entre indígenas y criollos. Donde mejor funcionó tal alianza fue en Oruro: los
criollos (propietarios de minas y artesanos) a la cabeza de los hermanos
Rodríguez y del teniente Sebastián Pagador se enfrentaron, junto a los
indígenas, contra los abusos impositivos de los
españoles.
El eje
indígena-criollo del 10 de febrero fue muy efímero, como todos los cortos
veranos. Los criollos buscaban mantener sus privilegios señoriales y los
indígenas exigían proclamar como su gobernante y rey al inca Tupac Amaru II. El
choque fue inevitable, los criollos en el poder reprimieron sangrientamente las
ansias libertarias de los indios, ya ex aliados, y en medio de la ruptura perdió
la vida Sebastián Pagador, se dice en manos de los propios
indígenas.
El
fracaso de la alianza entre criollos e indígenas posibilitó, el 1 de noviembre
de 1782, el retorno del gobernador Ramón Urrutia y las Casas, quien al retomar
el poder se vengó con terror y furia de aquellos orureños que se alzaron contra
el rey Carlos III un año antes. Cientos de cabezas de indígenas y criollos
degollados fueron expuestas en aquella Plaza de la Gobernación que, tras la
creación de la República en 1825, vendría a llamarse “Plaza 10 de
Febrero”.
El 18 de febrero del año que corre, viene cantando el carnaval de esa
bella ciudad sembrada en medio de sus quirquinchos y arenales y lagunas de aguas
termales. No
faltan remolinos de colores ni giros acrobáticamente increíbles ni sonrisas coquetas y fulminantes en el Carnaval de
Oruro, un verdadero abanico del folclore boliviano, una fiesta impregnada de
tradiciones y envuelta por el misterioso halo de las leyendas,
porque la Virgen defendió al pueblo de los ejércitos de hormigas, víboras, sapos
y lagartos, enviados por Huari, un dios Uru (antigua cultura pre-hispánica), que
por esas cosas de la evangelización, se convirtió, de pronto, en
diablo.
Valiéndose de sus influencias divinas, la Virgen del Socavón, que en
ese entonces era conocida como la Candelaria, destruyó a las plagas enviadas por
Huari. Las hileras de voraces hormigas se transformaron en granos de arena,
mientras que las víboras, sapos y lagartos, se convirtieron en
piedras.
Al
sentirse perdido, el dios que se volvió diablo, buscó refugio en el interior de
las montañas repletas de plata, zinc, estaño y antimonio. Nunca más regresó,
nunca más quiso enfrentarse a la Virgen, que empezó a ser venerada por los
hombres de las minas, quienes se disfrazaban de demonios para representar en una
colorida danza, la lucha eterna entre el bien y el mal. Así le rendían culto a
su patrona.
Con el
paso de los años, los homenajes a la Virgen se mezclaron con las celebraciones
paganas. Así nació esta fiesta de características únicas y particulares, porque
la peregrinación de los mineros se tiñó con los deslumbrantes matices del
carnaval; y el carnaval disfrazó su alegría
y desenfreno con ropajes de religiosidad. Días de
carnaval, oraciones, brindis, golpes de pecho, estruendo de tambores, calles
afiebradas en las que bailan los caporales, los diablos y los morenos. Baila
Oruro. Baila Bolivia.
El
Santuario del Socavón ubicado al Pie de la serranía central, en el sector Oeste
de Oruro, constituyó desde antaño centro ritual Uru, donde todavía, en la época
de la fundación de la Villa, se practicaba el juego del ayllu que era una
representación de la caza de la vicuña. El Santuario aparece hacia 1.781 como un
templo denominado Iglesia de Nuestra Señora de Copacabana. En él se venera a la
Virgen de la Candelaria, patrona de los mineros, que localmente recibe el nombre
de Virgen del Socavón. Se trata de una extraordinaria imagen no mestiza, pintada
sobre un muro de adobes, que a su vez formaba parte probablemente de un muro
interior, entre fines del siglo XV y principios del siglo XVI. En su honor se
realiza la fastuosa Entrada Folclórica del Carnaval.
Así, por
las casualidades del calendario de las pampas de Oruro, esa ciudad rememora su
grito libertario y también cantará en su carnaval con el fervor a la virgen del
Socavón y bailará llevando su alegría a las puertas de la mina del Socavón;
allí, ceremoniosamente entre incienso y alcohol, renovará sus promesas de continuar
bailando el venidero año, con
religiosidad postrado en las duras piedras del cerro orará implorando la
bendición de la virgencita y pidiendo fervientemente que le de más suerte para
seguir explotando las vetas del socavón: Nacimiento, vida y muerte del minero
boliviano.
“En un país erosionado, la tierra seca se va con el viento, la gente muere y ninguno tiene importancia, excepto, aquellas personas que practicaban el arte. Mil años hace que la economía parezca ridícula pero, una obra de arte perdura para siempre”. Ernest Hemingway
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